martes, 23 de junio de 2009

Yo... no soy psicólogo...

Los mortales me conocen por Dionicio, la inmortalidad me llama E-T-A-G, y sé perfectamente que yo: no soy psicólogo.

Para mí, la psicología es un sueño dorado, pero utópico, hoy lo he comprendido. El comportamiento humano, sus pensamientos, su evolución ideológica es fascinante; pero no es mi campo, y lo admito. ¿La razón? Sencilla, es catastrófico para mí, algunas cosas que la sociedad me muestra; son asfixiantes aquellas crueldades que el humano provoca. Debo admitir que hay acontecimientos, pensamientos exitantes, pero los que me duelen, me hacen querer destruir al mundo, y la verdad es que ninguna de las dos está bien; si no me equivoco, necesito no sentir.

Simplemente no estaré ahí. Ésta vida tal vez se dedique más a la fantasía, al mundo donde hay cuentos, al lugar donde no existirá nada más que la dicha expresada retorcidamente. Las letras son mi último recurso.

Que tengan muy buen día.

miércoles, 3 de junio de 2009

El estanque de las ranas.

Había una vez, cierto estanque con muchas ranas viviendo en él. Cierto día, dos ranas cayeron a un hoyo muy profundo (y ya conoces a las ranas: siempre tan chismosas), el rumor corrió muy pronto, y se acercaron todas a ver a las compañeras. Las dos ranas que habían caído se esforzaban insistentemente para salir del hoyo, y al ver las chismosas que sus colegas no conseguían librarse de aquel problema, muchas de ellas les dijeron a voz unísona:

“Ríndanse ya, no tiene sentido que se esfuercen, se van a morir allí dentro aunque salten con más ganas”

Y entonces una de las ranas saltó y saltó, y a la tercera vez calló muerta por el horrible esfuerzo. Sin embargo, la otra rana no se rendía y ¡en su cuarto salto logró salir del agujero! Todas, quedaron estupefactas, ¡la sorpresa había sido inmensa!, y se acercaron así a la gran heroína; le preguntaban y le preguntaban: ¿cómo es que lo había conseguido? ¿Por qué es que no se había rendido? Y ella no contestaba ni una sola pregunta, sólo sonreía inmensamente. Después de un rato, pronunció las siguientes palabras:

“Muchas gracias por haberme dado ánimos, puede que esté sorda, pero su apoyo y su presencia me dieron la fuerza para salir de ese lugar, aunque no pueda escucharlos, podía sentir sus porras a pesar de todo, lo único triste es que la otra no haya podido lograrlo, cualquiera pensaría que la desanimaron. Hoy entiendo que las palabras o al menos la presencia de alguien pueden ayudar a cualquiera.”




Estoy obligado a declarar que la esencia de esta historia no la he creado yo. Para poder crear este cuento, me basé en algunas palabras que me dijo mi hermano mayor en un momento muy oportuno; sé que él la tomó de alguna parte, y agradezco sinceramente que me ayudara en ese tiempo. Traté de buscar por internet la historia original y sin embargo no hallé ninguna, pero si alguien sabe con exactitud el cuento me gustaría aprenderlo y publicarlo.

En cuanto a mi humilde opinión:
Creo que todos nos vemos en la penosa necesidad de requerir apoyo. Y digo penosa porque estoy seguro de que a veces somos muy orgullosos y no queremos reconocer que no podemos con algo. Ahora, si no entiendo mal (según lo narrado anteriormente), el estar apoyando al menos moralmente a uno, lo puede convertir en una súper rana, o en abono. Tal vez no sea posible escoger qué nos conviene escuchar; profundizando: si alguien me dice que soy basura y que debería estar muerto, no puedo "no escucharlo", las palabras están ahí y sé que las he escuchado, si alguien sabe con exactitud cómo puedo suprimirlas de mi cabeza, creo que estaría en un error fatal. La primer rana tuvo la opción de ignorar las negativas frases de las demás, y ¿quién nos dice que no lo intentó? Las palabras estaban ahí y finalmente su patetismo y la negativa de las demás, terminó por matarla. Por otro lado, nuestra amiga sorda tuvo la dicha de creer que la estaban animando, pero en su caso, las palabras no estaban ahí, ella ingenuamente creía, e ingenuamente, se salvó. ¿Vale poco el mundo porque su crueldad evita que se ayude mutuamente?



"Si no puedo con algo, no me digas que soy un inútil, no me ignores ni te quedes callado aunque el silencio sea satisfactorio. Apóyame, ayúdame al menos con una gentil sonrisa, al menos con el calor de tu presencia."

Sí, sé que cuesta trabajo ayudar al prójimo. ¡Qué insensatez!